Enciende la radio y Mariano Osorio le da los buenos días, le dice que la vida es maravillosa y que el amor está a la vuelta de la esquina; ella se apura a arreglarse porque no quiere llegar a esa esquina y darse cuenta de que ese amor se ha ido como la espuma marina con la que juegan las caracolas.
Unos jeans deslavados, una camiseta blanca y una chaqueta de pana le atavían; sus botas negras hacen juego con sus gafas y su mochila. Lleva a cuestas los 35 años, el libro de El dulce daño que él le obsequió una tarde tomando una tisana de frutas secas, y una cartera de Disneylandia que le trajo de su último viaje. Apaga la cafetera, el radio y su emoción, sale del número 45 y camina por calle Solidaridad, toma el pesero, otras pieles se adhieren a ella, molestas, rugosas, simples, su cabello lacio emite sonidos de Dolce Gabbana y logra con un movimiento que el chofer le sonría, dibuja una mueca y sus ojos anhelan la próxima estación.
Entra al edificio de 23 pisos, toma el ascensor, revisa a sus acompañantes y los siente; un sonido le indica el 19 y las puertas abren con una sonrisa en su rostro, deja de lado la tristeza y la soledad, las noticias le aguardan, su voz dará a otros voz, se siente libre y segura, revisa su reloj 7:58 am, le pide que se estacione ahí en ese tiempo, en ese lugar, en esa cabina de la que no desea salir para reencontrarse nuevamente sola, aguardando a ese repeortero que le ha abandonado por una noticia y unas piernas largas que se asemejan a una prima ballerina. Un letrero iluminado le indica Al aire.
- Muy buenos días amable auditorio, el reloj marca los 8:00 am, bienvenidos a Por la libre un espacio donde el pensamiento se convierte en palabras, los saluda Alfonsina.
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