jueves, 28 de agosto de 2008

La casa de las sirenas


Sonreía afananosamente, su mirada repleta de gorrioncillos se iluminaban cundo escuchaba su voz, no le detenía el tiempo, al contrario, lo arrestaba para que nada mutara; era como si el poder de su abrazo le condujera por otra dimensión y viviera paralela a éste su mundo, tan suyo, tan real.

Recorría la calle de Tacuba, lloraba con los edificios y los grandes carteles, se sonrojaba ante el organillero y brincaba al comer una nieve "oración de amor" estilo Tepoztlán; nunca sintió sus pasos tan ajenos a su espacio, quería empacarlos y guardarlos debajo de la cama para que no se le escaparan; esa lluvia menuda le tocaba el rostro como aquellas notas del guitarrista ambulante de chaqueta gris que aguardaba afuera del hostal.

Los ojos risueños entornaban palabras jamás escuchadas, sus labios hambrientos discurrían entre los Estados Unidos y México, como dos ríos bifurcados retomaban el camino, entre las sábanas y las palabras de Chéjov.

-Linda, más que linda. Y su rostro se oscurecía por el temor de saberse engañada; pero su beso tierno y tormentoso le devolvía la paz que una vez extravío en el metro.

Están juntos, en cuerpo y alma, se sienten y se poseen. Ella deambula por la calle de Moneda, toma un mojito en La casa de las Sirenas y las campanas de la catedral le anuncian que su encuentro está cercano.

1 comentario:

Victor M Ortiz Gonzalez dijo...

la frescura de las palabras y del ingenio me evocan cabalmente un recorrido compartido por esos exactos mismos lugares. la ficcion, por la virtud de la escritura, retrata a la realidad con toda su amplitud y posibilidades. Ojala el encuentro se haya dado tan lindo como se dio para mi en aquel semejante recorrido y espera que se posterga.