Tu cuerpo se movía de manera candente, el sudor que brillaba en tu pecho invitaba a que le tocara de manera ilógica; de pronto tu mirada se posó en mì y mi boca reclamaba por morder tus labios. Nada se perdió en ese instante, sólo tus ojos que se clavaron en mis senos y yo sin ningín poder dejé que los examinaras como si buscaras un tesoro. Tus pasos andaron hacia ese rincón en el que me encontraba, la piel ruidosa te permitía entrar, tus manos traspasaron el algodón y me sentiste tibia y maravillada. Gilberto Santarrosa nos cantaba al oído y nuestras humanidades se abandonaron al ritmo cadencioso. Tu pierna entró en mi entrepierna y sabía de una pequeña muerte aún antes de sentirte pleno.
Las luces se encendieron y tu número se guardó en mi bolso, tu abrazo durmió a mi lado y en la mañana siguiente partimos juntos al trabajo. - Adiós amor.
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