"El cuerpo de la poesía
yace en la mesa
con una sombra en los ojos
pájaro de plumas tornasoles
aceitadas en el azul acuarela
de la mirada"
con una sombra en los ojos
pájaro de plumas tornasoles
aceitadas en el azul acuarela
de la mirada"
Mujeres y hombres transitamos por un mundo irreverente, simple, cotidiano; en el que vamos encadenando historias, momentos, voces, letras, poesías; esos actos convierten la estadía de este cosmos, en el recinto esencial para vivir. No estamos solos, dependemos de él o de ella para saciar el apetito de amar, sufrir, engañar o morir.
La poesía es una vitrina de creación abierta que se ofrece a los espectadores hambrientos de la palabra, aquellos que buscamos aplacar el hambre con nuestras querencias y con los desamores tortuosos; esa vitrina poética está abierta a otras sensaciones, se permite deambular por los rincones literarios y se implanta en las calles silenciosas, en las paredes derruidas, en la piel agrietada, en los sueños robados, en las comilonas litúrgicas donde el ser humano engulle, traga, saborea, mastica el alimento.
El alimento es la sustancia ingerida por los seres vivos, a través de él se nos brinda energía y nutrición; formamos cadenas tróficas en las que nos relacionamos entre si; siempre el más fuerte se come al débil. Pero no, no es incorrecto, “…el pez grande se traga al chico, …la lagartija grande se traga a la pequeña, …el hombre se traga al hombre…” como bien mencionaba Sabines.
Andrés Cisneros de la Cruz ofrece en Vitrina de últimas cenas una estantería de sensaciones que nos repliega como compradores fortuitos del ánimo poético; no sólo nos exhibe grafías , sino imágenes que recrean nuestra psique y nos incluye en un espacio blanco y negro donde las líneas dibujan cuerpos, rictus, bestias, humanos… láminas que exponen belleza en claroscuros, quimeras anhelantes que se asocian con vasos, tenedores, dientes, espinas dorsales, sufrimiento.
El texto tiene un formato de 13.5 por 16.5, lo cual brinda accesibilidad al lector, libre poseedor del libro puede llevarlo en la chaqueta, en el bolso, en el morral o en las manos como un ser preciado. Consta de 124 páginas, las cuales guardan el prólogo elaborado por la poeta Adriana Tafoya y remata en una guarda que sirve de separalibro con un prólogo prolongado a cargo del poeta Enrique González Rojo quien expresa que la lectura de este poemario es “un viaje al archipiélago de sorpresas”.
Con tipografía romana, que es una de las preferidas de los diseñadores gráficos, a una tinta, en papel de gramaje ligero, forma parte de la Colección Las cenizas del quemado con el número 4 de Editorial Andrógino y de la Revista Verso Destierro. En la segunda portada aparece una fotografía de Jorge Guerrero Vera que muestra una cabeza de un rumiante en el suelo y encima de ella en técnica mixta la figura de una serie de utensilios del tablajero: Gancho, cliver, filetero, tijera, martillo. Es la efigie del sacrificado. Y son las ESCENAS de Omar Soto las que nos permiten acompañar la poesía de Cisneros de la Cruz a través de la imagen; son 12 Escenas en portada e interiores.
Leer y releer las páginas de éste poemario me dice que publicar libros sí tiene futuro y sentido, hecha abajo la teoría de MacLuhan y Negroponte quienes creen que el libro desaparecerá, estos y algunos otros no se han podido enganchar con el placer, gusto, emoción, coraje que ofrece la lectura. Y aún más cuando se trata de poesía; ya que el género lírico ha sido vedado para el pueblo y ha sido encumbrado a la alta esfera intelectual. Pero, qué es la poesía sino un cúmulo de sensaciones intimistas que desnudan al individuo, lo torturan voces que llenan hojas blancas; él nos autoriza a conocerle a través de la lectura, nos permite hacer nuestra a la poesía, a interpretarla, a sufrirla, gozarla y a mimetizarla.
Vitrina de últimas cenas agrupa 27 poemas de los cuales 25 son vitrinas a los escenarios cotidianos y 2 que ofrecen visiones de los poetas a través de un gran festín: La cena.
Cada uno de nosotros se convierte en un constante espectador de vitrinas, armarios o escaparates en los que vemos expuestos el dolor, el odio, el sufrimiento, la alegría, la traición, la muerte, la sorna, el ultraje. Así, vamos comprando y adquiriendo experiencias que enriquecen y envilecen a esto que llamamos Ser humano. El lenguaje poético cambia nuestro modo de habitar y entender el mundo, Andrés Cisneros lo equipara con una gran vitrina que muestra el deseo, el enjuiciamiento, la ley absoluta, el hombre hueco o la luz tenue.
La poética de Cisneros de la Cruz ofrece al alimento como leit motif de su obra. Sí, hablamos del alimento cotidiano: carne, frijol, epazote, mole, huevo, ajo, chile, berenjena, sal, leche, salmón, melón, fideos, yogurt, lechugas o coliflores; estos elementos van haciendo bifurcaciones con las emociones y entonces nace el alimento espiritual, ese impulsor del ánimo y de la esencia inspiradora. Logra plasmar en la poesía el ritual de la preparación y degustación de la comida que tiene un gran valor simbólico, sobretodo en la familia mexicana; quienes a través de la hora de los alimentos nos amamos u odiamos, externamos las penas y alegrías que cargamos con nosotros y entre cucharada y cucharada de un plato de sopa caliente enfriamos el alma de nuestro acompañante.
En el poema Vitrina del amoroso alimento (p.20) recrea la belleza del mole verde, el escenario en que se sirve, la forma, el olor; pero sentencia que para que degustemos ese alimento “alguien asesina y alguien muere”, quién nos erigió a nosotros humanos como los cazadores y catadores de lo que aquí existe. Y muestra a la poesía como el alimento del ser humano. “¿Quién se comerá este poema?".
El poeta recrea toda una sinestesia “…los colores en las bocas se hacen oscuros / son absorbidos por glándulas mojadas” plasma el goce del acompañamiento del comensal, logra una analogía del sexo femenino y el masculino con los alimentos “las vulvas esponjadas / en la textura de las setas /o la rigidez de las zanahorias / penes erectos al margen del coito…” es el placer de morder, de observar; “ …el desgarre del cadáver / el jugo de su sangre / alimento de nuestra exquisita existencia”. (p23).
El alimento es un tema literario desde épocas remotas : La Odisea, El Satiricón, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, El Lazarillo de Tormes, Ensalada de Pollos. Y esto tiene que ver con la importancia del sentido culinario, cada región, cada país tiene sus olores, sabores, sus paladares. Viven en comunión con las múltiples situaciones cotidianas. Comemos con los ojos y aguzamos los dientes para defender nuestra ideología. El alimento se equipara con el trabajo del libro, uno es remedio para las necesidades fisiológicas y el otro es remedio del alma que cura la ignorancia.
Son diversos los escenarios en los que se expone el alimento: casas, mesas, mercados, calles, ahí nos reunimos para dar a los que queremos la savia del alimento, de nuestro goce “…todos bebamos del mismo vino / y comamos del misma esencia / para sentir que estamos / hechos de la misma / carne” (p.47).
Cada vitrina muestra visiones de lo que nosotros hemos sido o sentido, el poeta permite que nos mimeticemos en cada línea versal y duele, duele la similitud del abandono o de la mutilación.
El espacio que ha sido reservado en diversos periodos por sociedades patriarcales a la mujer: LA COCINA en el poemario ha quedado de lado, ya que aquí mujeres y hombres no son desterrados del ritual del alimento, no sólo el que prepara sino el que degusta, hombre y mujer sienten, crean diversas alquimias de humores, muerden el sabor antiguo para saber si se es feliz buscan el manjar de la alegría y envuelven el sabor del dolor.
Empleando metonimia, oxímoron, prosopopeya el poeta forma versos libres, los encadena con musicalidad; es poesía para leerse muy quedo, pero también para gritarla desde las vísceras, para romper el silencio de los comensales espectadores de los reconcomios emocionales.“No es que muera de amor, muero de ti” dice Sabines y como Andrés Cisneros morimos por la necesidad, por el hambre, nos traslada a su persona, nos modifica a un solo ser, porque cuando nuestros labios poseen las palabras, nuestra piel íntegra y la entraña emotiva recoge nuestras vivencias y las grita sin reparar en lo cotidiano de su lenguaje, porque así, así hablamos natural y con querencia, con temor y frustración cada uno de nosotros los simples mortales.
El texto nos regala el yo poético, logrando una introspección del lector, no se limita a un espacio: duerme en el vientre, espera le cena hirviente de las pociones nocturnas, mira el ardor de los pezones y devora ávido con suculento deseo ese manjar de nueces oscuras; reflexiona sobre los poetas, seres inmaculados, simples como cualquier mortal. Así es la poesía que encierran estas vitrinas, una constante conversación con nosotros mismos, las formas convencionales estéticas no le preocupan, porque su brillantez se centra en lo íntimo de su persona, en su tinte negro que profiere de vida a sus reflexiones.
Es la poesía de Andrés Cisneros de la Cruz una Vitrina a las más profundas emociones, equipara los sacros alimentos con nuestros más íntimos deseos a través de un lenguaje coloquial, que destaca nuestro vivir diario, no le teme a las voces tabúes, no espanta su universo, porque libre de prejuicios es como se puede escribir una verdad: su verdad. Recordemos que la poesía es intimidad, él nos la presenta para que ustedes y yo la interpretemos, la sintamos.
Permítanse degustar Vitrina de últimas cenas, chúpense los dedos, dense un hartazgo y cuando estén hasta el gollete sabrán que la poesía no mata de hambre y que son humanos hasta la médula.
Texto presentado en la presentación del poemario Vitrina de últimas cenas del poeta Andrés Cisneros de la Cruz en la UAFyL en Chilpancingo, Gro.
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