Él la tomó lentamente, acarició su mirada con un beso y como un estallido rozó su cabello. Ella como agua se diluía entre sus dedos, frágil se moldeaba como barro nuevo que está a la espera de encontrar forma. Los cuerpos se entrelazaron y los latidos acelerados por la emoción les gritaban paciencia. Mordisquearon sus labios, el perfume de sus cuerpos inundaron la habitación limpia, clara; y poco a poco se fue convirtiendo en el santuario del amor.
Al unísono el deseo desfloró sus virginidades, el alma casta sabía qué era penetrar en otra que se movía acompasada en el rictus de la pasión. Él y ella desfallecidos tomaron sus manos, sus bocas guardaron silencio bajo sonidos tenues de satisfacción. Su piel gritaba delirio y su mirada se recluyó en el horizonte de la recámara, entrelazaron sus piernas y pretendieron imaginar su próximo encuentro.
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