lunes, 11 de febrero de 2008

"Tu risa me hace libre, me pone alas"

Creía en el amor y se comprometía hasta el tuétano...se apasionaba y lo decía de palabra y por escrito...también con las manos y los ojos...con sollozos a medianoche. Por esa razón le creí siempre que me decía: TE AMO. Por las tardes, cuando ibamos caminando por la calle Zapata y se pegaba a mi brazo sentía ese clamor extraño de las hormonas. Verle a los ojos me permitía entrar a un espacio de otro tiempo en el que se han recorrido varias millas.
Escuchar de sus labios a Miguel Hernández "Tu risa me hace libre, me pone alas" elevaba mi hemoglobina y me rendía ante los hilos plateados que le caían por la sien. El café se agolpaba en un tarro repleto de palabras distantes y profundas que eran testigo de nuestro secreto. Los otros nos miraban, sabía que lo hacían porque el humo del cigarro no dismulaba la morbosa incógnita que representabamos en ese pequeño café de la esquina.
En mi tristeza le pedí que no se fuera, que aguardara un poco más...él simplemente no me escuchó y se perdió en el tumulto gris de una tarde de viernes, tropezando entre escolares y burócratas aburridos me abandonó. No sé si se le diluyó la gramática o la primavera de mi voz le espantó la querencia.
Ahora busco leerle con los ojos bien cerrados, con los oídos y la boca, con la memoria cuando duermo, aunque apenas pueda deletrar su nombre.

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