La concupiscencia arrebataba su enojo y aunque sabía que el amor era un pinche encuentro irrepetible, dio por terminada su relación con Selene. Nunca más le reclamaría su ausencia en las horas de comida y mucho menos su tesón en las luchas civiles. ¿Qué le importaba que ella estuviera bien o mal en su centro de trabajo?. Lo ideal o lo que anhelaba era tenerla cerca, proporcionándole un poco de su amor. O eso a lo que él llamaba amor.
Siempre pensó que era una paradoja haberle conocido en un mítin, cuando ni siquiera creía en eso del sindicalismo, pero al verle con el cabello alborotado, unos jeans deslavados y una camisa a cuadros, su atención se fijó en esa mujer que gritaba acaloradamente -No a la privatización!. Ni siquiera pensó en la privatización de qué, sólo le siguió los pasos y agitó un banderín que estaba tirado en el suelo y se dispuso a seguirla.
Ella sonreía al mismo tiempo que fruncía el ceño en señal de lucha. De pronto él se acercó y le ofreció un pañuelo para secar algunas gotas de sudor que paseaban por su frente. Ella asintió gustosa, le observó y le obsequió una sonrisa. Esa de la que él quedó prendado y de la cual hoy se arrepiente de haber tatuado a su epidermis. Cómo fregados le pasó a él! Por qué tuvo que enamorarse de una inadaptada social!.
Concertaron una cita, ella aceptó, tomaron un café y más tarde una cerveza; ella trató de arreglar el mundo, él habló de los nuevos modelos económicos y del recuerdo del milagro mexicano. Él le tomó la mano, ella rozó su entrepierna. Pronto el aire se percibió denso y con una energía de aproximación que logró que sus bocas se unieran en un beso tibio y sensual.
Como vorágine, el tiempo aceleradamente transformó sus vidas; ella se aposentó en su departamento, el Ché y Fidel colgaban en la sala y una macetita de hierba verde crecía en el desayunador al lado de la vajilla tipo japonesa, de forma cuadrada y de porcelana alemana. El tiempo era poco para amarse, los rincones inimaginados eran los sitios precisos para la penetración de sus almas. Se dieron tanto amor, tanto, que si lo hubieran reunido, cubrirían la ciudad de los palacios y ésta se liberaría del smog.
Más los miserables no aspiran a la permanencia feliz y todo comenzó a diluirse como los icebergs atentados por el calentamiento global. De pronto ya no eran simpáticas las pláticas del nuevo Talk Show, ni apasionantes la problemática del proceso petrolero. Caminaban en rumbos extraviados, cada uno en su espacio.
Las noches se hicieron eternas, el frio de la habitación helaba en el alma, y las mañanas solitarias a pesar de la compañía taladraba en el corazón. Poco a poco las cosas del mítin se fueron escapando, los periódicos Jornada y los morrales de Gandhi encontraron otro refugio. Ahi sólo pernoctaron los sillones de piel negro junto a unas piezas de Art Deco.
Selene se había marchado... habían quedado sus panties y un par de pantuflas. Un año de amor... de locura y una que otra revuelta social.
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